Me pareció una historia fría y desapasionada; el tedio era evidente según pasaban las escenas descafeinadas y totalmente faltas de emoción. La incomunicación aparente puede ser una propuesta atractiva si hay algo interesante que contar y se va descubriendo una historia que merece la pena “a fuerza de ir abriendo la concha”, pero aquí los silencios y la sensación de parecer no pasar absolutamente nada no conducía a nada porque realmente poco importante había que contar. De la quema no se salva nadie: ni directora, ni actores, que parecían marionetas sin vida y en los que no había la más mínima química, ni guión, ni nada. Es otro proyecto fallido, y éste, para mí, fracaso total, de la directora catalana Isabel Coixet que se queda a años luz de su gran película Mi vida sin mí.
Creo que esta directora debería plantearse seriamente qué es lo que realmente quiere hacer y no lo que querría hacer, porque cuando se embarca en proyectos tan ambiguos y que parecen no tener un embrión con el que crear algo, y que primordialmente buscan la originalidad por encima de todo, con una carencia de contenido desoladora en la que sólo existen poses y banalidad, se da de bruces con la cruda realidad, y la realidad no es otra más que esas películas son vacías e insustanciales. Comparo esta película con El Amante de Jean-Jacques Annaud, cuyas similitudes en la historia de amor interracial en el extremo Oriente son evidentes, pero contadas bajo otro prisma y de una forma muy diferente, y ésta de Isabel Coixet sale muy mal parada. En El Amante se dan todas las virtudes que debería tener Mapa de los sonidos de Tokio y de las que carece: historia romántica que te emociona y te la crees, empapándote de ella y, en cierta medida, sufriéndola como la sufren Jane March y Tony Leung.
Habla ahora o calla para siempre
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