
Película
de Delmer Daves protagonizada por la
famosa pareja Lauren Bacall y Humphrey Bogart en la que éste hará el
papel de Vincent Parry, un prófugo de
la cárcel de San Quintín que se ve metido en una complicada y arriesgada huida.
La publicación de su foto en los periódicos y la oportunidad que le ofrece un
taxista salido de sabe Dios dónde harán que se decida a cambiar su rostro por
medio de la cirugía plástica. El cirujano es de un surrealismo similar al de su
amigo taxista, un hombre que trabaja en la clandestinidad practicando cirugías
estéticas por unos cuantos dólares y con su propia técnica, un autodidacta con
su lado siniestro expulsado del colegio médico, pero con un algo altruista que
lo hace amigable y en quien poder confiar. Los personajes, prácticamente todos
(de ahí el apunte sobre el cirujano y su compinche, ese taxista solitario que
conecta con Parry y que lo ayuda)
tienen lo suyo en cuanto a inverosimilitud. Lo es también Irene Jansen, protagonizada por Lauren
Bacall. Su enamoramiento se puede considerar enfermizo por la relación que
guarda con el recuerdo del padre, pero también hay en su amor romanticismo y
compromiso férreo. El papel de Lauren
Bacall es de absoluta entrega hacia Bogart.
¿Tendría que ver su vida en común fuera de las pantallas para que aceptara un
papel tan comprometido hacia su compañero? Creo que aquí se mezcla ficción con
realidad, o si no se mezcla sí ayuda al menos a que haya una química especial y
veracidad en la relación a pesar de esa inverosimilitud de la historia,
demasiado estrambótica para ser cierta a pesar de que a veces el creer estar en
una pesadilla pueda ayudar a dar una respuesta más coherente a lo contemplado,
aunque aquí tampoco estemos en algo tan onírico como para darle todo el
beneplácito. Hay aspectos que se acercan a lo onírico, pero son insuficientes y
de una importancia relativa como para que los podamos catalogar de oníricos.
La
ayuda que Irene le brinda a Vincent es desinteresada y total, no
ofrece ninguna duda y es producto del amor que siente hacia él, un amor
entregado hasta sus últimas consecuencias. Su recorrido es rocambolesco, como
lo es la historia del huido, de cómo llega a la cárcel y de cómo después de su
fuga se vuelve a ver metido en unos acontecimientos (con aspecto de cine negro,
como no, es Bogart), reviviendo el
pasado, injustos para él.

¿Y
qué decir del hombre que trata de chantajear a la pareja de enamorados al que
ya se había encontrado antes el protagonista y que consigue seguirlo cuando Parry lo ayuda en su huida? Es como un
pobre hombre ingenuo que se atreve a intentar coger el toro por los cuernos.
Inaudito. Por no hablar de la mala de la peli, la mujer que declara contra Parry y que lo lleva a la cárcel por el
asesinato de su mujer; su personaje es como una caricatura de la maldad,
bastante irreal, una mala poco usual, entrometida hasta la exasperación, un
incordio para los que la conocen (la sensación de ser una verdulera es patente
a los pocos minutos de que haga acto de presencia). En conclusión y acabando
con esta parte: la trama de la película se hace rocambolesca, como eran
rocambolescas las historias de algunas películas de antaño, como la que
acontecía en La burla del diablo o en otra como Larga es la noche, a las que yo personalmente no
les llamaría clásicos por algunas deficiencias en la propuesta que llevan a una
visión distorsionada o confusa de lo que ocurre, aunque fueran dirigidas por
grandes nombres del cine con cojonudísimos films en su haber.
La
cámara subjetiva durante la primera parte de la película, antes de la operación
para cambiarse el rostro, es un acierto para meterse mejor en lo que puede
sentir Parry en su huida, es una
cámara situada en el mismo interior del personaje; en ningún momento se verá su
cara, sólo conseguiremos oír su voz. Lo que observa él le da una dimensión a su
experiencia de un gran realismo en la que se nota la presión y nos sentimos solidarios
con él, y más cuando comenzamos a sospechar que es inocente.
Hay
en La senda tenebrosa un ejercicio
para el lucimiento de un actor ya consagrado de aquellas como es Humphey Bogart. La sublimación de su
físico, el atractivo trascendente de su personaje (creo recordar que Ava Gardner decía de él en La condesa descalza
que era el hombre feo más guapo que había conocido en su vida. Seguramente Lauren Bacall le sacaría lo de feo) se
hacen todavía más patentes con la cirugía plástica que cambia su rostro y que
le dan un componente legendario, y no sólo al personaje que interpreta en La senda tenebrosa sino al de los
personajes que interpretó a lo largo de toda su carrera cinematográfica. El
proceso que se sigue se engrandece en un contexto hostil, asfixiante. El
ambiente es en ocasiones pesadillesco por el cerco al que es sometido y por
todas las muertes, incluida la que no se ve de su mujer que pondrá en marcha
los acontecimientos, que son como una maldición de la que parece no poderse
librar Parry. Quiero ver hacia Bogart una especie de homenaje en ese
cambio de rostro –se trataría de una especie de ceremonial engrandecido por las
circunstancias – por todo lo que es en el género del cine negro, una de sus
indiscutibles estrellas. Él mismo se dice en la película cuando se quita las
vendas de la cara y se mira en el espejo: “he quedado bien”, con media sonrisa
satisfactoria que le da un estilo de seguridad que lo encumbra por encima del
bien y del mal. Lauren Bacall le dirá
que ahora le gusta aún más (se supone que antes ya le gustaba, pero ahora, con
la cara de Bogart, resulta
irresistible).

¿Lo
qué más me gustó? La espiral vertiginosa de acoso y mala fortuna (o fatal
destino) a la que se ve sometido Parry
sin merecerlo, aunque, como ya he comentado, lo inverosímil no deje de ser una
molestia. A ese hecho se le podría añadir cómo es representada la figura de Bogart, y no sólo de su personaje en la
película sino de todos y cada uno de los que llevó a cabo en el cine que más
fama le dio, el cine negro, en algo que no es propiamente un homenaje porque es
él mismo, Bogart, quien lo hace
(¿quedamos en autohomenaje entonces?). El caso es que tal vez se hizo un
homenaje prematuro, a destiempo y sin pretenderlo.
Pero
todo esto del “homenaje”, la relación con Bacall
en la vida real y ese arrastre a la gran pantalla – se casaron en el 45 y la
película es del año 47 – o lo icónico del personaje, aquí y en todas sus demás
películas de género negro, son sólo una teoría que me he montado, pero en la
que creo que hay parte de verdad. Hay quien puede pensar en una teoría de la
conspiración con tales argumentos expuestos; estaría en su perfecto derecho y
yo no trataría de convencerlo más de lo que ya he intentado en la entrada.